sábado, 20 de abril de 2013

OROZCO


                                                           OLGA OROZCO
                                                            ARGENTINA
                                                              1920-1999

LAS MUERTES

He aquí unos muertos cuyos huesos
no blanqueará la lluvia,
lápidas donde nunca ha resonado
el golpe tormentoso de la piel del lagarto,
inscripciones que nadie recorrerá
encendiendo la luz de alguna lágrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.

Son los muertos sin flores.
No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
mas su destino fue fulmíneo como un tajo;
porque no conocieron ni el sueño ni la paz
en los infames lechos vendidos por la dicha,
porque sólo acataron una ley más ardiente
que la ávida gota de salmuera.

Esa y no cualquier otra.
esa y ninguna otra.
Por eso es que sus muertes
son los exasperados rostros
de nuestra vida




OLGA OROZCO


Yo, Olga Orozco, desde tu corazón
digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños
y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó
entre misterios y alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías
al anochecer.

Mi historia está en  mis manos
y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa
donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos
entre los gestos de otros que no me conocieron.

Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro
de aquella que se buscaba en mi
igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.

Ella hubiera querido guardarme
en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como un rayo,
no en el tumulto incierto
donde alzo todavía  la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez
durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta la muerte
porque soy tu testigo ante una ley
más honda y más oscura
que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
"Ellos han muerto ya.
 Se habían elegido por castigo y perdón,
 por cielo y por infierno.
 Son ahora una mancha de humedad
 en las paredes del primer aposento"


                                                                                                   Olga Orozco

















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