sábado, 28 de diciembre de 2013

POEMAS DE DIEGO ALEXANDER VÉLEZ QUIROZ


Nada nos pertenece

Para mi madre, que un día me dijo 
-Esta vida mía le pertenece hijo-

Nada nos pertenece madre,
nada nos pertenece.
Ni esta vida de paso que apenas nos sostiene,
ni los remotos días en que viste la dicha,
esa dicha tan breve.

No madre, nada nos pertenece.
Yo te escucho y lamento cada tarde vacía,
me culpo, yo conozco la culpa,
por no ser más feliz, por no aferrarme más,
por dejar que me pase por encima la vida,
o me alcance la muerte (y la acoja sin prisa).

Madre, nada nos pertenece.
Y nos es un pronombre que se pronuncia solo.

Yo, solo yo que te amo conozco de tus lágrimas
tan plagadas de historia.
Yo sé que un día, por ejemplo,
te sentiste tan sola y tan desamparada...
No madre, no sé nada,
guardemos los secretos,
toda la ropa sucia debe lavarse en casa.

Madre nada nos pertenece.
Un día nos iremos de esta casa,
de estos humildes muebles, de las blancas ventanas
y de las celosías. Un día nos iremos madre
y veremos de lejos, y cada vez más lejos,
que atrás se van quedando pedazos de la vida:
mi infancia consumada y tus dieciocho años,
mi adolescencia vana sobre tu breve espalda
y tu vejez que aguarda acodarse en la mía.

Madre, son las dos menos treinta y nada nos pertenece,
solo nosotros, que apenas nos sabemos,
que apenas hemos visto un rostro en el espejo
y decimos entonces:
-este tiempo no cesa de roerme la vida-

Yo madre, yo que soy esta herida,
este herida de muerte que va sangrando tiempo,
hoy presiento que pronto,
(ojalá me equivoque) rendirás tus banderas
al barco de las sombras.
Y a pesar de que digo que nada,
incluso nada, tenemos en las manos,
tiemblo cuando imagino
tus brazos, tus abrazos, para siempre cerrados.

Nada nos pertenece madre,  pero si de algo sirve
sigamos navegando, yo te ofrezco mi viento
para empujar tu barco.



Elizabeth y las manzanas

Elizabeth tiene quince años,
los ojos quedos y esquivos
como dos peces azules.
Le gusta salir de noche
a disparar palabras verdes a los árboles
secos,
bañarse al final de la tarde,
cuando los abismos esperan confundirse
con el cielo,
le gusta salir y desaparecer,
convertirse en tigre y desgarrar al viento.
Confundirse.
Dejar de ser rosa para ser tallo, raíz o
pétalo,
respirar el polen de sus abejas amantes,
Elizabeth traiciona su sexo al mediodía.
Cuando regresa de clase
hace camino para sus manos blancas,
se complace en acariciar senos firmes
y trenzar cabellos largos,
o besarlos y respirar un sudor que parece
suyo.
Elizabeth calla cuando mamá está en casa,
sonríe cuando juega a la pelota
y suspira cuando yo no estoy.
Elizabeth se ha ido de casa,
probablemente encontró un nuevo vientre
y querrá volver al paraíso
para morder de nuevo las manzanas...


Comunión

Esta noche fundaré una religión sobre tu
cuerpo.
A partir de ya (que breve instante) creo en la
desnudez y en las palabras.
No hay, ni lo habrá un tacto verdadero sino
es el de tus manos,
ni habrá caricia cierta sino es sobre tu
cuerpo.
No caerá una gota de sudor, ni una sola,
sin la voluntad callada y tibia del deseo.

Solo tu desnudez, tu ausencia de ataduras,
merecen alabanza y sacrificio,
el sacrificio de la fe (la entrega ciega)
y el gemido profundo de los cuerpos.

Esta noche soy fiel a tu figura,
a los te amo cortos y
a las gotas de sal sobre tu seno.

Esta noche, solo esta noche, será mi
religión tu cuerpo.
Mañana al despertar
seré otra vez ateo.



Diego Alexander Vélez Quiroz
Pereira


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