lunes, 14 de octubre de 2013

ROBLEDO


                                                      JUAN FELIPE ROBLEDO
                                                               COLOMBIA
                                                                      1968

Nos debemos al alba

Traicionar las palabras,
canjear su peso, su color,
en el sucio mercado de los días
es acto que nos llena de muerte
y ceniza y vago afán.

Ha de ser castigado
con el hierro, la soledad,
el tedio y la miseria.

Nos debemos al alba,
plateros, a la dicha,
y al canto y al remo
y al ensueño trazado en la garganta
y a mañanas sin prisa
en las orillas de un mar que ya no es.

Por que al final todo es olvido
para quien al tráfago su sangre dona,
a la parla chi suona
y a conversaciones con tontos
y mercachifles,
y comete delitos en descampado
con las pequeñas,
las terribles y mansas
y arteras palabras.


No escribiré un testamento

No habrá cajas funerales que entorpezcan la tarde,
cardúmenes de ballenas no despedirán el túmulo de mi olvido.
Hace tiempo pensaba que las cosas habrían de ser luminoso encanto,
pero la hierba y el jardín de los domingos están revueltos.
En los pies adoloridos se hospeda la cansada vida
y el acero puede atravesar la dermis sin hacerla sangrar.

Los lentos e imprecisos momentos que fui malgastando
no van a cambiar a nadie. Abrazamos el día
y en él nos refugiamos, condenando el tedio que se nos cuela.
¡Qué bueno será dejarse ver cerca del río,
en la corriente descubrir el sitio de lo imprevisto,
el apalancado dominio de la muerte en la brisa,
y que el oso parco nos pesque como a salmones torpes!




Se acepta la propia condición

No es arriba, en el cielo, donde encontraremos nuestro destino,
no es abajo tampoco, porque allí nuestros pies encontrarán el polvo,
no entre adelfas o nomeolvides hallaremos reposo,
no habrá pausa en el tiempo de los días álgidos,
no hallaremos consuelo en el roto corazón.

No, no hay ánimo para irse de fiesta
ni efemérides para celebrar,
permanecemos con el espinazo quebrado bajo las lámparas,
y no descubriremos un sitio más cómodo.

Viajamos en medio del espanto, padres de gemidos que no se oirán en la brisa,
y no somos sino días cegados
y ponientes que se doblan y mañanas para nada
y delirios de un ayer que tampoco fue mejor.


                                                                                                      Juan Felipe Robledo
                                                                                                                       Colombia

















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