miércoles, 5 de febrero de 2014

SPERONI


                                                     ROBERTO THEMIS SPERONI
                                                                ARGENTINA
                                                                  1922-1967

Soneto a la paloma que maté de niño

Todavía conservo entre las manos
el pequeño temblor de tu agonía,
y tu cuerpo de luz, donde cabía
la forma de los aires provincianos.

Herido ante un aliento de manzanos
cayó tu corazón, y el mediodía
se quebró en tu garganta y en la mía
con dolores opuestos y lejanos.

Dejé tu muerte azul bajo el ciruelo.
El verano cruzaba por el cielo
jinete en un delgado escalofrío.

La infancia se me fue con el asombro:
por eso, cuando en pájaros te nombro,
tu corazón regresa con el mío.




Veo a los buhoneros

Veo a los buhoneros,
a los dulces acróbatas del hambre,
a los viajantes de la necesidad,
veo a la gente empujando cadáveres,
creyendo que el aceite es mejor que la tizana,
que la duda es muy útil para el hombre;
los veo echarse tierra en las encías,
masticar cualquier cosa; los observo,
los oigo discutir, dar palmetazos,
ser felices con sólo tres lentejas,
con una cama, con un nombramiento,
condecorados a pesar de todo,
hechos a una molicie activa y sucia;
dispuestos a discursos,
a diagramas,
a cambiarse la cara por un hueso,
por el espaldarazo de un imbécil.

No sé que hacer con mi melancolía;
ya no sé de que hablar. Estoy cansado.
Sólo en un rostro vi fuegos extraños.
Pero estaba en un sueño de la infancia.

Es natural que Dios se comunique

Es natural que Dios se comunique
con mi melancolía;  que comparta
mi pan, mi techo aciago y que me ofrende
de vez en cuando un búho, una botella,
una hoja de menta, un libro viejo
escrito sobre un vidrio de colores.

Es natural que llegue sin anuncio,
definido y abierto como un árbol,
y que se instale cerca de la leña
desatada en crujidos ardorosos
sin dirigirme nunca la palabra,
alto y ritual, hermoso como un sable.

Suele irritarme su actitud,
la espera brillante de sus ojos,
la implacable actividad oculta de sus manos
quemadas por dos vírgulas de hierro.
Yo soy un hombre y Él lo sabe.
Tengo arrebatos de hombre, no de insecto,
ni dulzura animal para mis actos
manejados por turbia inteligencia.

Arrojo el vino.
Tiro de la mesa
los mendrugos, las moscas, los papeles;
tenso mis antebrazos,
crispo el nervio más hondo,
y con rudeza lo fustigo,
lo invito a que se mida con mi angustia
crecida en los confines de su obra.
No responde. Se ubica
acomodando su codo en la madera,
y sin testigos,
pulseamos al igual que dos labriegos
en honesta y tristísima disputa.

Roberto Themis Speroni
Argentina





1 comentario:

  1. Maravillosos versos del gran poeta argentino. Gracias por compartirlo!
    Un fuerte abrazo.
    Jeniffer Moore

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